Adriana Kania (UdelaR, Uru.)
Esta comunicación propone una lectura interpretativa considerando un tema común en ambos autores: el laberinto. Esta metáfora es una constante en los relatos de Borges, incluso se ha considerado que sus textos presentan un diseño laberíntico o, dicho en otras palabras, que el lector al visitar su obra se encuentra ante la puerta de acceso a un laberinto. Por otra parte, en la obra de Cervantes, el laberinto, metáfora barroca por excelencia, simboliza la lucha del ser humano para vencer el monstruo que lo habita y así alcanzar el conocimiento y el gobierno de sí.
Según Borges, lo propio del barroco es el constante cuestionamiento acerca del yo y del mundo y la puesta en duda de la realidad objetiva con independencia del sujeto conocedor. Fundamentalmente, la atracción que en él genera el barroco se debe al contraste entre luces y sombras, su deambular entre apariencia y realidad, el juego de espejos y de sueños, es decir, su representación de la realidad.
En el Quijote, Cervantes ensaya una constante transmutación de la realidad. Para revivir el sueño de la caballería andante, el hidalgo debe adaptar el mundo que lo rodea, ya que tal y como es no le permite realizar las aventuras que todo caballero andante que se precie de tal debe emprender. La acción de los encantadores le hace dudar a él mismo de lo que ve, pero cuando los otros se niegan a ver las cosas tal y como le importa que las vean, son los otros y no él quienes sufren la acción de los encantamientos.
Esta transmutación de la realidad que opera don Quijote se produce por una total decisión de su voluntad. En uno de los diálogos que el hidalgo mantiene con su escudero sobre Dulcinea, dice: «Píntola en mi imaginación como la deseo» (I, 25). Entendemos el deseo como aquello que se quiere, es decir, lo que pone en marcha la voluntad. Después de eso vendría el pintar, o sea, la representación.
Desde su juventud, Borges leyó y citó en sus ensayos a Schopenhauer. A la inconsistencia del mundo real, en tanto representación de la conciencia, podríamos añadir su carácter de engañoso. Para el filósofo alemán la vida es sueño, concepción muy barroca de entender las falsas apariencias de este mundo. Pero además, imbuido de la filosofía hindú, el pensador considera que la realidad está cubierta por un velo que la oculta o disfraza a los ojos de los seres humanos. Para liberarnos de esa atadura deberíamos matar el deseo (voluntad) en sus diversas manifestaciones, ya que este es la causa del dolor. De este modo, lograríamos trascender nuestro estado de conciencia habitual que solo nos permite ver el mundo a través de un espejo (representación). En palabras de Schopenhauer: «El mundo es el autoconocimiento de la voluntad».
Vincularemos estos conceptos de la filosofía del alemán con el recorrido laberíntico en cuanto símbolo sagrado, en el sentido de hierofanía, que representa la búsqueda del centro e implica un camino a transitar tanto en esta vida como después de la muerte, incluyendo su sentido de misterio y trascendencia, por la vía del autoconocimiento. Atenderemos los laberintos naturales (cavernas o cuevas), los construidos por el hombre como símbolos del cosmos que representan asimismo sus propias encrucijadas y los laberintos psicológicos (sueños e ideas circulares), como representativos de la búsqueda del equilibrio interior, el autoconocimiento, en los siguientes textos: episodio de la cueva de Montesinos (DQ II, 22-23) y @ El celoso extremeño, de Cervantes; y en @ Las ruinas circulares, La escritura del dios, La casa de Asterión, El inmortal y Emma Zunz, de Borges.
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