Ana Seoane (Universidad Nacional de las Artes; UBA, Arg.)
Hay dos textos de William Shakespeare que han tenido numerosas puestas en escena en la ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hamlet es uno de ellos, incluso en tiempos de dictadura los teatros oficiales consiguieron presentarlo para ayudar a reflexionar. Cuando eran citados los olores nauseabundos de Dinamarca muchos espectadores intuían a que se estaban refiriendo. Los más experimentados directores porteños buscaron llevar a escena sus propias miradas, así Omar Grasso, Manuel Iedvabni o Juan Carlos Gené.
También otras generaciones más cercanas encontraron en esa historia de venganza y poder la estructura necesaria y la fuente de inspiración para disparar sus propias ideas. Quizás el que más recurrió a él sea Ricardo Bartís, también Luis Cano se acercó y habría que agregar una camada aún más joven como la que encabeza Maruja Bustamante. No se puede dejar de lado la versión de Carlos Rivas, ya que él la imaginó para que la estrenara la actriz Gabriela Toscano. Algo que ya había sucedido en el siglo XIX con la intérprete rioplatense Trinidad Guevara, mucho antes incluso que la francesa Sarah Bernhardt.
Imperaron las lecturas políticas que permiten estas disquisiciones de Hamlet, aunque siempre fue y es un significativo desafío para los intérpretes. Tanto Alfredo Alcón, Federico Olivera, Mike Amigorena o Pompeyo Audivert asumieron el riesgo de transitar estos textos. La historia de la escena argentina marca que hasta la actualidad la mayor cantidad de obras del inmortal inglés fueron encabezadas por Alfredo Alcón.
Fue muy frecuentada también Otelo, incluso se transformó en musical, de la mano de Pepe Cibrián Campoy y consiguió Chamé Buendía escenificarlo con la técnica de clown, sin que esa historia se viera deformada. Un joven puestista, Eduardo Gondell lo llevó al escenario de la sala mayor del teatro Nacional Cervantes y literalmente ocupó el escenario, ubicando al público en gradas para acercar esta historia de ambición y celos. Otro director, Andrés Bazzalo la tomó de base para una reescritura con algunos cambios a la que tituló Escrito en el barro.
Este trabajo se propone recorrer cómo los teatros porteños con cada creador demostraron fidelidad a los planteos esenciales de Shakespeare pero al mismo tiempo le dieron una impronta personal, que actualizó las miradas sobre el creador inglés. Desde Harold Bloom, Jan Kott, René Girad, Peter Brook, John Gielgud hasta Jacques Lacan ayudarán a este análisis de puestas y traslados desde las páginas a los escenarios.
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