Gino Luque (Pontificia Universidad Católica, Perú)
La presencia en la cartelera teatral limeña contemporánea de piezas de William Shakespeare es bastante alta y significativa: alrededor de 20 montajes en los últimos 20 años, solo considerando teatros oficiales e institucionales (es decir, sin tomar en cuenta puestas en escenas en salas y espacios alternativos). Esta presencia es, de lejos, mucho mayor que la que tienen, por ejemplo, autores españoles del siglo de oro (por citar dramaturgos de la misma época y cercanos a la tradición teatral peruana) o incluso autores peruanos anteriores a la primera mitad del siglo XX (es decir, la propia tradición nacional). En dicho lapso de tiempo, destaca, además, la recurrencia en los escenarios de Lima de montajes de Hamlet. Más allá de modas pasajeras, estrategias comerciales o el prestigio simbólico que rodea a dicho clásico, en esta ponencia, se sostiene que “Hamlet” se ha convertido, en la escena limeña de finales del siglos XX y XXI, en un motivo alegórico para repensar determinados problemas políticos vigentes en el Perú del cambio de siglo desde la libertad que otorga la ficción teatral, a lo que se añade la ilusión de ausencia de mediaciones y el impacto emocional inmediato que ocasiona la dinámica de recepción propia de la performance.
Para explorar la hipótesis anterior, se analizarán tres montajes recientes: el dirigido por Roberto Ángeles en 1995 en el Teatro Británico, el dirigido por Alberto Ísola en 2001 en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el dirigido por Jorge Chiarella en 2013 en el Teatro Ricardo Blume. El primero de ellos, al hacer énfasis en el paso traumático de varios personajes de la adolescencia a la adultez en un contexto de violencia, buscaba reflexionar sobre los daños emocionales que sufrió la generación de jóvenes que creció en el Perú entre la crisis económica de la década de 1980 y la guerra interna (1980-1992). El segundo, que subrayaba el desengaño del protagonista y el mandato de venganza, pretendía reflexionar sobre la importancia de la memoria y la responsabilidad del testigo del horror en un contexto en el que empezaban a descubrirse los crímenes contra las libertades civiles y los derechos humanos cometidos por la dictadura por la que pasó el país entre los años 1990 y 2000. El último colocaba en primer plano la trama de corrupción y traiciones de la pieza original para plantear una reflexión sobre los peligros que entraña el poder así como establecer un diálogo crítico con una serie de escándalos de corrupción que comprometían a personajes de la esfera política que salieron a luz en los últimos años.
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