Lindsey Cordery (UdelaR, Uru.)
En el año 1969, en el Uruguay de pre-dictadura y con medidas prontas de seguridad, se estrenan en Montevideo tres versiones, o adaptaciones, de obras clásicas de principios del siglo 17: la exitosa Fuenteovejuna de Derby Vilas y Antonio Larreta, Amleth de Alberto Restuccia y El Rey Lear, de Alberto Mediza.
Estrenada en octubre de ese año en el Teatro Circular con dirección de Omar Grasso, El Rey Lear de Mediza fue muy elogiada por la crítica, y se mantuvo en cartel durante varios meses.
En 1971, el Royal Court Theatre de Londres, estrena la obra Lear de Edward Bond, que recibió críticas muy adversas y algunas elogiosas. El entorno político y social de la época estaba dividido por opiniones contrarias en cuanto a decisiones del gobierno conservador con respecto a la inmigración, educación, la inflación, y los intentos de frenar la violencia en Irlanda del Norte.
Encontramos en ambas obras, la de Mediza (1942-1978) y la de Bond (1934 - ), que las adaptaciones, o, quizás más bien, para el caso de Bond, la apropiación, responden no solamente a un clima político y social comparables, sino también a una manera de hacer teatro que de algún modo sigue a Brecht, y está marcado por el llamado teatro de lo absurdo, así como por las puestas en escena de obras de Shakespeare, de directores como Peter Brook. En todo caso podríamos decir que se trata de lecturas shakespeareanas “desacralizantes” que dejan de lado las lecturas de los “New Critics”; éstas, a los efectos de este trabajo, veremos resumidas, o ejemplificadas, en el ensayo de Derek Traversi sobre King Lear publicado en Montevideo en la revista Número en 1953 (“El simbolismo del Rey Lear”), traducción resumida del mismo trabajo publicado en la revista inglesa Scrutiny (1952-1953). King Lear, quizás la tragedia más poderosa de Shakespeare, mantiene, en las versiones de Mediza y de Bond, su dimensión universal que trasciende tiempos y espacios. Sin embargo, tanto Mediza como Bond, interfieren, intervienen, trastocan o modifican el texto canónico para que resignifique y reverbere con el momento explícitamente presente de su puesta en escena.
Al observar la resonancia que han tenido una y otra obra, resulta notoria la atención que ha recibido la obra de Bond, una apropiación rupturista y escandalosa, con respecto a la de Mediza, a pesar del éxito que tuvo ésta en su momento. En este trabajo propongo leer El Rey Lear de Mediza y el Lear de Bond – para Harold Bloom, King Lear es una obra notoriamente difícil para actores y directores, por lo que él hace énfasis en la importancia que tiene leerla --, a la luz teórica de Hutchinson y Sanders, y los acercamientos al Lear de Shakespeare desde nuestra época (Wells, Eagleton). Las dos versiones de King Lear del propio Shakespeare acaso señalan un camino desde el cual la polémica posmodernidad londinense del texto de Bond pueda verse como un lugar hacia el que podría proyectarse El Rey Lear mediciano.
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